El Hijo preexistente

Loraine Boettner (1901-1990)

En una serie extraordinaria de declaraciones, Jesús nos da la idea de que su existencia, en realidad, no comenzó simplemente cuando nació en Belén, sino que Él “vino” o “descendió” del cielo a la tierra o que fue “enviado” por el Padre. Es evidente que si vino, descendió o fue enviado, tiene que haber existido antes de venir, descender o ser enviado. Estos versículos, no sólo son un testimonio único de su misión divina, sino también de su origen celestial, estableciéndolo, no sólo como el más grande de los hijos de los hombres, sino como una persona preexistente y, en algunos casos, como un Ser eterno.

Es indudable que estas afirmaciones brotaron de la conciencia de la preexistencia y no puede ser satisfecha por ningún otro complemento que “del cielo” o “del Padre”. Y esto es particularmente cierto cuando el título “Hijo del hombre”... es usado en estos versículos. De esta manera, se presenta de un origen superior al humano o terrenal, lo cual lo califica excepcionalmente para hablarles a los hombres sobre cosas espirituales.
Los versículos típicos de esta clase son los que siguen: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mt. 5:17). “Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido” (Mr. 1:38). “Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt. 15:24). “Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mr. 2:17). “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt. 10:34-36), lo que por supuesto, significa que el propósito definitivo y final de su venida no es crear contienda, sino que cuando el evangelio es predicado a un mundo pecador, la primera reacción es de conflicto con el ambiente pecador opuesto y que esta oposición, a menudo, rompe incluso, los lazos familiares más íntimos. “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Jn. 16:28). “Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy... Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre” (Jn. 8:14, 16). “Y les dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo” (Jn. 8:23). “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida” (Jn. 3:31-34). “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). “¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?” (Jn. 6:62).
Presentándolo como una de las declaraciones de una verdad religiosa fundamental, Pablo dice: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Ti. 1:15). Escribiendo a los Colosenses, dice: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:16-17). En 1 Timoteo 3:16, la pre- existencia se da por hecho cuando se refiere a Cristo [como] “Dios fue manifestado en carne”.

El autor de la epístola a los Hebreos dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8), lo mismo se aplica a cada cambio y suceso en la vida, lo mismo en esta generación como en las generaciones del pasado. Y porque esto es una constante inalterable, es presentado como el apoyo y fundamento del cristiano, el refugio eterno de su pueblo.

Además, aun las predicciones del Antiguo Testamento en relación con el Mesías que vendría, lo presentan, no sólo como alguien que “nacería” como los demás hombres, sino como Uno que existía antes de venir al mundo, de hecho, como Uno cuya existencia se remonta a la eternidad. El profeta Miqueas escribió: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi. 5:2). Además, Isaías describe al Mesías prometido, no sólo como el “Ad- mirable”, “Consejero” y “Príncipe de Paz” sino como “Dios Fuerte” y “Padre Eterno” (Is. 9:6).

En toda la historia del mundo, Jesús es la única persona “esperada”. Nadie esperaba la aparición de un Julio César, Napoleón, Washington o Lincoln en el momento y lugar en el que aparecieron. Nunca ha sucedido que fuera predicho el curso de la vida de alguien ni que siglos antes de nacer su obra fuera descrita. En cambio, la venida del Mesías había sido predicha durante siglos. De hecho, la promesa de su venida fue dada a Adán y a Eva poco después de su caída (Gn. 3:15). Con el paso del tiempo diversos detalles concernientes a su persona y su obra fueron revelados a través de los profetas y, en el momento de nacer Jesús, la expectativa general por todo el mundo judío era que el Mesías pronto aparecería; hasta el detalle de la manera de nacer y la ciudad en que nacería habían sido indicadas con claridad.

Jesús es presentado constantemente como Uno que existía antes de venir al mundo. Es presentado como Uno que “descendió” del cielo a la tierra, como Uno que desde toda la eternidad ha compartido la gloria del Padre, de hecho, como Aquel que salió del Padre (Jn. 16:28) y como alguien identificado muy íntimamente con Dios. Sus propias palabras muestran, claramente, que se presentaba a sí mismo como un ser sobre- natural que se revelaba a los mortales desde una esfera más elevada y que pensaba en su obra en la tierra como una misión para bien de la humanidad; en suma, que vino con el fin explícito de salvar a los perdidos (Mt. 18:11; Lc. 19:10).

Es muy evidente que la doctrina de la preexistencia de Cristo es un factor vital en la comprensión correcta de su Persona. Como ha destacado el Dr. Samuel G. Craig: “En nuestro estudio de Jesucristo, es de primor- dial importancia que interpretemos su vida a la luz de su preexistencia. En primer lugar, es importante, a fin de que tengamos siempre presente que la realidad de esa encarnación no fue simplemente el nacimiento de un gran hombre, sino que fue que el Hijo unigénito de Dios asumió las condiciones humanas y que, por esta razón, recordemos siempre que en Jesucristo estamos cara a cara con el Dios-hombre. En segundo lugar, es importante, a fin de que podamos apreciar adecuadamente el servicio que nos ha prestado. Es simplemente imposible apreciar, adecuadamente, lo que Jesús ha hecho por nosotros, a menos que recordemos que el Hijo del hombre vino, no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos”1.